Domingo Moreno Jimenes
EL POEMA DE LA HIJA REINTEGRADA
I
Hija, yo no sé qué decirte si la muerte es buena
o si la vida es amarga;
sólo te aconsejo
que despiertes, adulta de
comprensión más que tu padre!
II
Hija, ya no habrá oriente ni poniente para tu
porvenir:
una sábana blanca serán tus días,
una sábana blanca será tu pasado
y tu recuerdo una estrella que frente
a frente
me iluminará el porvenir!
III
No sé por qué tu agotamiento
me trae una recóndita dicha anegada
de lágrimas,
que me hace amainar la pulsación de la tarde.
IV
Tu infancia y tu silencio me parecen hermanos.
V
Hija,
hazme tomar la resolución de los otros:
vuelve mi proa añicos
y mi voluntad una piragua;
que nada sea mío desde
hoy, que no quiera poseer nada mañana;
desnudo de bienes y desnudo de virtudes hazme;
sin egoísmo de lealtades y sin
egoísmo de pureza;
hazme entero el milagro de darme todo a los elementos,
como si fuera sustanciación del ser increado...
VI
Tu
vida fue microscópica, pero grande;
el segundo de tu existir, eterno!
VII
Hija, cuántas nubes,
cuántos
pájaros,
cuántos horizontes insospechados me abre en el amanecer tu ruta!
VIII
Hija mía, para ti la mañana
no será clara ni fresca;
verás envuelta el alba en la noche,
y las cosas de mayor transparencia
tomarán ante tus
ojos la actitud de un largo crepúsculo.
IX
En este mundo donde sólo se premia la capacidad de fingir mejor,
era
justo que llegaras, y después de breves instantes,
ya estuvieras confundida con la cal y con la
mariposa, con el carbón
y con la piedra.
X
¡Cómo me alivianas la sombra, al advertir
desde que te dormiste que en mi
derredor
todo es sombra!
XI
¡Oh tú, que me enseñaste desde que naciste
a ver la vida con ojo más sabio
y a la
humanidad con ojo más triste!
Triste, triste; ¿y no es acaso la suprema alegría
de los seres mudables el ser tristes?
Triste
fue la faz de la tierra cuando se
desperezó el primer hombre!
Triste tiene que quedar la tierra cuando se
desentuma
en su regazo el último hombre!
XII
¡Oh, tú, que desde que naciste pude decir: boleta de tumba!
Oh, tú, que
ya crecida pude decir, por tu desvalidez,
la preferida mía!
XIII
Por ti quise cambiar y que la fortuna
me sonriera;
por ti no cambié
y la fortuna no me sonreirá nunca!
XIV
Hija, cada vez que examino tu vida
me
doy cuenta que tú eres como mi vida:
una sombra entre dos crepúsculos!
XV
Iba a decir entre dos agotadoras
auroras
y ya ves, reicindí, sin querer, entre dos crepúsculos!
XVI
¿Por qué tan pura, tan casta y tan leve,
te
debas parecer al crepúsculo?
XVII
Olvidaba que toda adjetivación es cruel y ruda:
Dios dio desnudo
a los hombres el verbo,
y del lenguaje, sólo debe quedar desnudo el verbo!
XVIII
Toda filigrana de síntesis
es una profanación
¿verdad, hija mía?
Ya no te puedo buscar sin parcializaciones,
sin atributo contingente:
¡será
en mi incompleto nombrar, sencillamente,
el vaho de las cosas!
XIX
No te puedo asir con una palabra,
y
no debe extrañarte recónditamente,
porque estás para mí más alta que la región de las palabras!
XX
Y vuelvo
a caer en las comparaciones.
¡Oh, hija, cuán subordinado estoy a la vida!
XXI
Miserable hombre que osa creer
que
después de la sombra la vida es vida!
XXII
De imperfecciones se forman nuestras excelencias
y es
toda la existencia del hombre un brazo tendido
hacia el turbio porqué de los enigmas.
XXIII
-Tiene el pulso
demasiado débil,
pero este letargo no es la muerte-.
Su médico era mi propia almohada de cabecera
y yo quedé perplejo
ante su callado
sufrimiento y la miseria de la vida!
XXIV
Si fuera bizco de pensamiento
y tuviera la
boca siempre llena de mentidas palabras;
hija, iba a blasfemar por tu dolor...pero, ¡perdona!
XXV
¡Compran
caro el suelo donde colocan a los muertos,
y ellos son más dueños de la tierra que los hombres
que comercian con ellos!
XXVI
¡Al
través de los milenios, los hombres son puñados de tierra
que se deforman a su antojo!
XXVII
Hija, ya me
han avisado que tus pies están fríos.
Hija, resígnate a que lo blanco no sea blanco
y a que lo negro no sea negro!
XXVIII
Hija,
¡cuánto crece el sol sobre la sombra de los tilos,
cómo se agiganta la nada sobre la soledad
de tu aposento,
cómo
nace y renace la esperanza por entre
los ámbitos de la vida!
XXIX
-Tibien la leche, terciada con agua,
para
si mi chiquitita despierta.
Cuídenmela, hasta que se vuelva esperma
como capullo inmortal el cuidado.
Ella es carne
de mi vida, flor de mi
pensamiento, cemento de mi alma.
XXX
(¡Eres, amada mía, como flor del higüero joven,
como
el azogue del crepúsculo,
como la diafanidad de la Naturaleza toda!).
XXXI
No seas padre; sé hombre,
sencillamente.
¡Gira
tu vida a tu derredor
y que tu amor a una abstracta "Humanidad"
no te haga olvidar jamás de que eres hombre!