Daniel Montoly Es miembro de la comunidad poética Cacibajagua (Madre Tierra, en lengua Taína) de la
República Dominicana. Forma parte de la Liga de Jóvenes Latinos para Los Derechos Humanos, con sede en USA. Colabora, activamente,
con varios Foros Literarios en la red cibernética y con instituciones vinculadas con la problemática de la pobreza.
Fue Autor Invitado en el Primer Volumen de la colección SENSIBILIDADES, del cual es uno de sus miembros, donde publicó
un seleccionado de su poesía, que es un canto a la libertad del ser humano y de la palabra. Nació en Valverde Mao,
República Dominicana y aunque guarda y conserva, intrínsecamente, sus raíces culturales, su literatura expresa, en un
lenguaje fresco y atrevido, profundo y aleccionador, la problemática del ser humano en el amplio contexto de su entorno
universal. Tiene un poemario inédito para su próxima publicación y un libro colectivo sobre narrativa breve. Algunos
de sus poemas traducidos al inglés han figurados cómo finalistas en varios concursos literarios. Su poema Detrás del
Brutal Silencio dedicado a Lorca ganó en el segundo lugar en el certamen de La Joven poesía Latinoamericana dentro de
Los Estados Unidos.
Los Pergaminos de salitre
Una noche, se
alzó por encima de la monotonía, sus manos viejas resonaron como jóvenes pergaminos de salitre. Sin renegar, su rostro montó
un caballo desolado con cascos de fecha y viento. El dolor estaba en apogeo, o hacía, con cada lágrima, a lo lejos,
canciones invernales: hojas prendidas de su cuerpo. Se alzó ciego de angustia, llenó con garabatos su alforja negra, y
en medio de los senos de la sombra, pintó un aviso con letras color a miércoles borrosos para los hijos rotos de
cada hombre que le siguiera.. Nunca vimos apagarse su colilla, mientras, se fumaba el cielo con ambos dedos.
Daniel
Montoly © 2001
Detrás del brutal silencio.
A Lorca
La noche estaba turbia y sola, acallando tres disparos en su vientre negro.
Cayó un cuerpo
a oscuras, amortajado por lágrimas tristes: rodó por las hierbas, y los despeñaderos.
La luna siguió callada
en su blanca aurora, que no así era indiferente.
Así fue como cortaron al zorzal sus alas, su magia
de duende, su verbo.
No se esfumó con su vida: emergió del cadáver, como humo esbelto, a eternizarse
sobre los deseos de turbas, de furibundas hienas, que amputaron su vuelo con intención de matarle.
Olvidaron
que no hay silencio para el verso: una vez que cae del labio del bardo, abre heridas y cura tierra pero nunca
muere.
¡Hundieron Granada!, ¡la hundieron!
Fue el grito...
El pesar se adueñó de todo sin espacio
ni tiempo para devolvernos aquel ángel, coqueto y travieso, que escondió su inocencia, en hombros enemigos, pensando
que la muerte respetaría su niñez, su brillo de canario dócil...
Olvidó que las bestias son bestias y
cuando las azuzan matan: esa es su naturaleza maldita.
Daniel Montoly © 2001
Balada para Katmandú
A las mujeres y hombres nepaleses que tratan de hacer algo más que sueños
Son las seis: no sé si Katmandú
duerme o está despierta aferrada a los gruesos párpados de un Buda ceremonioso y cómplice. Esta Katmandú: mujer
vejada por llevar úteros y por ser reflejo de la luna. Eterno cementerio de sombras analfabetas, vadeado por los
halos de humo de los muertos incomprendidos, que abandonan el mundo montado en el rickshaw del misterio. Dos
gruesas pestañas rojas bajan de tus cerros tristes: la savia joven de Rukum y Rolpa, que anegan los arrozales con
futuros secos debajo de las costillas salobres. Tus uñas se hunden en el lodo diurno por el linaje azaroso que te
amordaza, que te empobrece las médulas de mujer oculta tras un manto sucio con incienso lúgubre. ¡Oh, Katmandú!,
lavas tu aura, recoges tus vástagos dispersos tras las huellas difusas de un Buda miserioso. ¡Levántate!, rompe
en pedazos este maldito silencio de siglos que te ha circulado como mariposa grisácea, y dejaras de ser esa mancha
negra sobre el fondo blanco del Everest majestuoso que te inunda.
Daniel Montoly © 2001
Man in blue
A Reinaldo Arenas
Yo te escribía tres mentiras guajiras Yemallá, y Ochún jugaba con las negras mariposas que surfeaban
en las lámparas: hogares de genios cosmopolitas. Nos drogábamos los espíritus con vainas oscuras y perniciosas que
dan ataques de alegría sin ser días festivos. De lo profundo se desplomaban las voces de las gallinas existenciales que
dejaban huevos agridulces en las retinas salobres. ¿Qué más quería? ¿Volar cometas con cielo nublado? -No, las
rosas no caminaban Yemallá era tu sequito de Orishas los que danzaban-. Los tambores gritaban lunes feriado
con balsas y Key West era el paraíso: el Canaán de los nuevos israelitas transeúntes del trópico. En su arena
blanca soñábamos levantar chozas de rumbas, son y salsas borregas para turistas incautos. No fue así, por ello
te escribo tres mentiras mediáticas: Estoy bien, no te necesito, déjame la puerta abierta por las noches
cuando duermas... No me preguntes si vuelvo que esas cosas no se dicen a estas alturas cuando las nubes lucen
sus calvas y los dólares parecen ser cuervos.
Daniel Montoly © 2001
Integración
Vuelve la costumbre: su inmortalidad toca teléfonos, las metrópolis se inundan con piedras íntimas y con
largos bostezos de principios sólidos. Los nuevos rasgos emergen de las obsidianas, incrustan sus raíces con
madurez en los tímpanos, en las lágrimas. Cantan los pájaros con sus ecos de resinas. El ritual discurre: el
trópico, la duna, el shinto, la voz del gong, las olas, de levitas se funden en orgasmos rítmicos. Los
lienzos abren sus retinas, corren grifos de polvo, los genes se multiplican, cambia el jardín, las flores,
la vista, el cosmos y el enigma.
© 2001, 2002, Daniel Montoly
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