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Poemas

HUÉSPED MAYOR EN TRES INICIACIONES

INICIO PRIMERO

¿Tendrán los ciegos, oh infinito,

más niebla que los ojos que te miran?

He procurado contemplarte con la tranquilidad

que me es dable como humano.

Luego he querido hablar,

pero he comprendido que el sonido no es puro;

sólo cuando yo estoy junto a los niños

a nombrarte me atrevo, oh infinito.

A veces me es difícil convencerme

de que estoy hecho del material de tus distancias.

Pero si no viviera entre las sombras,

¿con qué estuvieran hechas mis preguntas?

Si no existiera la muerte de una madre o de una niña,

¿cómo podría pensar en ti,

en tu impasible silencio de grandeza?

¡Oh infinito, cómo puedo ser hombre

si tú desde lo alto me enseñaste a ser niño!

 

INICIO SEGUNDO

Si en el temblor de un yerba con rocío

puede mi instinto alimentarse de tu espacio,

¿con qué ojos puedo mirarte?

¿Con qué frente puedo concentrar tu inefable estatura?

Una ventana abierta poblada de tus altos secretos

me recoge, a ratos, con una quietud, con una serenidad

que sólo comprende tu silencio de estrellas.

Suelo, entonces, conversar conmigo mismo,

y acurrucado en mi propio pensamiento

encuentro que es un crimen que me llame Manuel,

encuentro que es un crimen el tamaño del hombre,

encuentro que es un crimen su tamaño de carne.

Y sólo tú, oh infinito,

recoges mis preguntas, te ocupas de esta hormiga,

te ocupas de limpiarle su mirada y la frente,

te ocupas de quitarle su cantidad de tierra.

Porque tú, sólo tú, inevitable infinito,

eres humilde en esta brizna de yerba húmeda temblando.

¡Enséñame a decírselo a los hombres!

 

INICIO TERCERO

Hoy he recobrado todas mis fuerzas, me he preparado

para poder contemplar tu plural presencia.

El hombre, es verdad que piensa,

pero es difícil, dentro de su brevedad,

que pueda comprender lo total de tu anchura,

la dignidad de tus nieblas,

la cualidad de tus abismos;

ni siquiera presiente

la grandeza de los pequeños seres que lo rodean

y que tienen su secreto tan justo,

tan virgen como el de los astros.

Pero el hombre puede derribar desde su frente

a las bestias que viven en su sangre desde su origen;

y entonces, oh infinito,

a pesar de tu extensión, a pesar de tu altura,

a pesar de tu distancia sagrada,

la pobre criatura del hombre, podrá, sin gran esfuerzo,

comprender que todo aquí es vorágine,

pura vorágine;

y podrá, también, comprender que lo soltó un hondero;

que somos una piedra quizá la de David,

una piedra que hace siglos anda en busca de su blanco,

pero una piedra, ¡ay!, que no encuentra al gigante,

porque inefablemente rueda dentro de él.

¡Oh infinito, sólo mi nacimiento puede dolerme igual

que tu presencia Virgen ante el hombre!

 

 

EL HUÉSPED DE PIEDRA

 

Recordando el tatuaje ritual de los marinos

los náufragos de ojos redondos como el miedo,

firman con arañazos en mis carnes su nombre.

Pero un náufrago terco

de mar equivocado por mi sangre,

arañazos me hace tan secretos

que me llena de hondas escrituras de clave.

Huésped mío,

 

¿qué buscas?

¿qué quieres,

que a fuerza de ser mudo me golpeas

como un odio sin puertas?

¿Qué más quieres?

¿No oíste?

¿No me oyes?

¿Son tan hondos tus ruidos?

¿Qué cincel hace tiempo le da golpes azules

a esta piedra triste tirada aquí...

mi cráneo?

Ahora tú, tú sola.

¡Oh muerte que me pones ya tan joven!