Tomás Hernández Franco
YELIDA
UN ANTES
Erick el muchacho noruego que tenía
alma de fiord y corazón de niebla
apenas sospechaba en su larga vagancia
de horizontes
la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes
En el más largo mes del año había nacido
en la pesquera choza de brea y redes salpicadas casi por las olas
parido
estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche
de padre ausente naufragado
nadador ya de algas profundas y arenas
sorprendidas
de escamas y de agallas y de aletas
Era el quinto hijo para el mar nacido
y Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente
fuerza de remo y sencillez
de espuma
como todos los muchachos de la playa
mitad Tritón y mitad Angel
Pero Erick no sabía nada de eso
-pulso de viento y terquedad de proa-
aprendió los nombres de los peces de las
puntas y cabos
la oración del canal y la bahía
a los quince años conocía mil golfos
y sin contar el ya remoto y salobre
seno de la madre
ni un solo pensamiento de Noruega
le había caminado entre las cejas turbias
En un anual calafateo de lanchas
llamas de estopa y brea
Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas
de hule
y creía que los niños nacen así como los peces
en las noches quietas de los reposos del mar
pero el tío piloto
contaba entre dientes largas historias de islas
con puertos bruñidos y azules
donde centenares de mujeres desnudas subían
carbón al barco
donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas
y donde en la noche florecía el burdel con
hondo aliento de tam-tam
El tío mascullaba una lejana canción de sol y cocoteros
en lengua que no podía ser noruega
y que ponía
en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos
A los veintidos años Erick tenía la mirada gris azul
densa de su alma puesta en dique
y una voluntad de timón y
de quilla
donde -decía el tío- las noches olían a cedro
como las barricas de ron
Erick sabía que los marinos noruegos
siempre
desertaban en las islas
pero cuando estaban bien borrachos
los capitanes los metían a patadas
en las bodegas sucias
y entonces volvían a Noruega
flacos y callados y tristes
Con todo y las patadas el marinero Erick ya estaba en ruta
OTRO ANTES
Esta no es la historia de Erick al fin y al cabo
que a los treinta años ya no era marinero
y vendía arenques
noruegos en su tienda de Fort Liberté
mientras la esposa de Erick madam Suquí
rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre
blanco
rezaba en la catedral por su hombre rubio
Madam Suquí había sido antes mamuasel Suquiete
virgen suelta por
el muelle del pueblo
hecha de medianoche a toda hora
con el cielo y el filo de menguante turbio
grumete hembra del
burdel anclado
calcinada cerámica con alma de fuente
himen preservado por el amuleto de mamaluá Clarise
eficaz por
los años a la sombra del ombligo profundo
Erick amó a Suquiete entre accesos de fiebre
escalofríos y palideces y tomaba quinina en grandes tragos de tafiá
para
sacarse de la carne a la muchacha negra
para ahuyentarla de su cabeza rubia
para que de los brazos y del cuerpo se le
fuera
aquel pulido y agrio olor de bronce vivo y de jungla borracha
para poder pensar en su playa noruega con las barcas
volteadas
como ballenas muertas
Pero Suquiete lo amaba demasiado porque era blanco y rubio
y cambió el amuleto de mamaluá Clarise
por el corazón
de una gallina negra
que Erick bebió en viernes bajo la luna llena
con su tafiá y su quinina
y muy pronto los casó
el obispo francés
mientras en la montaña el papaluá Luipie
cantaba el canto de la Guinea y bebía la sangre
de un
chivato blanco
En la noche sudaba fiebres y marismas
Erick sin sueño marinero varado sobre la carne fría
y nocturna de Suqui
fue
dejando su estirpe sucia de hematozoarios y nostalgias
en el vientre de humus fértil de su esposa de tierra
y Erick
murió un día entre Jesucristo y Damballá-Queddó
apagado el pulso del viento del velero perdido en el sargazo
su alma
sin brújula voló para Noruega
donde todavía le quedaba el recuerdo de un pie de mujer blanca
que hacía frágiles huellas
en la arena mojada
UN DESPUES
Y así vino al mundo Yelidá con un vagido de gato tierno
mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros
de Suqui
alegre de todos sus dientes y de su forma rota
por el regalo del marido rubio
y Yelidá estaba inerme entre
los trapos
con su torpeza jugosa de raíz y de sueño
pero empezó a crecer con lentitud de espiga
negra un día sí
y un día no
blanca los otros
nombre de vudú y apellido de kaes
lenguas de zetas
corazón de ice-berg
vientre
de llama
hoja de alga flotando en el instinto nórdico
viento preso en el subsuelo de la noche
con fogatas y lejana
llamada sorda para el rito
Los otros sólo tuvieron la sospecha de un peligro cercano
mientras Suquí descendía su alma por los caminos de la noche
en su entraña y engordaba en su alegría de matriz de misterio
ternura de polen en su hija de llama
para cuyo destino
no tuvieron respuesta el gallo y la lechuza
ni sabían nada el más sabio ni el más viejo
Los peces lo sabían y la noche y la selva y la luna
y el tiempo de calor y el tiempo de frío
y el alma de guerra
del pantano
y el dios que enmaraña las raíces y las empuja fuera de la tierra
y el macho y hembra que en los cementerios
enciende
fuegos verdes sobre el vientre helado de los muertos
y el que está en la garganta de los perros lejanos
y el del miedo
con sus mil pies y su cabeza cortada
Y esta quiere ser la historia de Yelidá al fin y al cabo
Tacto de clave
flanco sonoro al simple peso de la mirada
paladar
de fiera
cuerpo de eterna juventud de serpiente nuevo para cada luna nueva
completa para siempre como el mito
hermafrodita
en el principio del mundo
cuando descuartizaron a los dioses
enigma subterráneo de la resina y del ámbar
pacto roto
de la costilla de oro
traición hembra del tiempo libertada
UN PARENTESIS
Los liliputienses dioses infantiles de la nieve
los viejecillos vestidos de rojo
que sacuden la niebla de sus barbas
y
los que soplan sobre las letras sin rumbo de las veletas
los habitantes del rescoldo
los del viento ululante
los
que dibujan las árticas auroras
los dioses de algodón y de manzana
que tienen largo el sur y corto el norte
los que
sobre la tímida y verde vida del musgo verde
resbalan y juegan con las flores del hielo
los hiperbóreos duendes del
trineo y del reno
supieron la noticia en lengua de disueltos huracanes lejanos
Sangre varega en la aventura de cosas de hombre
por cosas de mujer se trasplantaba
en islas de caracol y de pimienta
perdida
iba a quedar para su ártico
en el flotante archipiélago encendido
vegetación de pinos ordenada
perdida iba a quedar
para su lucha
de olas aceite y peces
perdida iba a quedar para Noruega
en las islas de fuego condenada
Viajeros por los hondos caminos del subsuelo adornados de tumbas
donde dialoga el fósil con la raíz podrida
y
el hueso suelto espera la trompeta
y se hace oscuro el secreto del agua
que lava las pupilas insomnes del mineral perdido
por
la grieta y la gruta y el estrato
los dioses de leche y nube con el sexo del niño
buscaron al otro dios de los mil nombres
al
dios negro del atabal y la azagaya
comedor de hombres constelados de muertes
Wangol del cementerio y del trueno
del
dueño del ojo vidriado del zombí y la serpiente
Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y del veneno
espíritu suelto de los cañaverales
donde el tafiá es primero
flor y luego miel
el padre del rencor y de la ira
el que enciende la choza al leve contacto de su mano negra
y viola
a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas
Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua
mitad evaporado al sol de brasa
y mitad prisionero del pantano
aburrido
de moscas y de olas
en su casa de vientos y de esponjas
Buscaron a Ayidá-Queddó que es la que pone
a arder la lámpara roja del estupro
la que en el hondo vientre de la
cueva del bongó
mantiene las cien serpientes locas del dolor y la vida
la que en la noche de Legbá suelta los perros
del deseo
la que está partida en dos mitades por el sexo infinito
maestra de la danza sagrada para llegar hasta ella
misma
domadora del grito y del espasmo.
Implorantes de llantos en sordina
casi borracho ya de olor de isla
los dioses de Noruega pedían salvar
la última
gota de la sangre de Erick
la escandinava inocencia de una gota de sangre
Hablaron con los ojillos azules entornados
mientras la sangre se les iba haciendo de plata derretida
porque Ayidá-Queddó
bailaba en el canto del gallo
con los senos brillantes de sudor y de estrellas
Pero aquella noche Yelidá había tenido su primer amante
estaba tendida y fresca como una hoja amarilla muy llovida
adolorida
sin dolor casi despierta en la hamaca de un sueño tibio
le vivía tan solo un golpe amado de tambor en las sienes
y en
el vientre se le dormía la música y la danza
Por los caminos de la lombriz y de la hormiga
rota toda esperanza regresaron
OTRO DESPUES
Con calma de araña para el macho cómplice del espasmo
Yelidá por el propio camino de su vientre
asesina del viento
perdido entre los dientes de la gruta
ahí se estaba vegetal y ardiente
en húmeda humedad de hongo y de liquen
caliente
como todo caliente
cosa de hoja podrida fermentada en penumbra de tiempo y luna
hecha de filtro y de palabra rara
en
el agua del charco con su verde y su larva
y su ala a medio nacer y su nadar de meteoro
Yelidá deshojada a sí y a no
por
éxtasis de blanco y frenesí de negro
profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo
en secreto de surco y en misterio
de llamas
FINAL
Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera
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TOMAS HERNANDEZ FRANCO
Nació en Tamboril, Santiago el 29 de Abril de 1904. Poeta, narrador y ensayista. Murió en Santo Domingo el 1 de septiembre
de 1952.
OBRAS:
POESIA.
- Rezos Bohemios. Santiago: Tipografía La Información, 1921.
- De amor, inquietud, cansancio. París: Editorial Les Essais Libres, 1923.
- Canciones del litoral alegre. Santo Domingo: Editora La Nación, 1936.
- Yelidá. San Salvador: Ediciones Zargazo, Talleres Gráficos Cisneros, 1942.
CUENTO.
- Capitulario. Santo Domingo: Impresora Dominicana, 1921.
- Cibao: Narraciones Cortas. Ciudad Trujillo: Editora Sargazo, 1951.
ENSAYO. La revolución más bella de América. Amberes: Imprenta M. Frenay & Ch. Jorssen, 1930. Los
dos años del gobierno del presidente Trujillo. Santiago de los Caballeros: Imprenta La Información, 1932. El
cuarto año del gobierno del presidente Trujillo.Santo Domingo: Talleres Tipográficos de la Vda. García, 1934.
Apuntes sobre poesía popular y poesía negra en Las Antillas. San Salvador: Publicaciones del Ateneo de El
Salvador, 1942.