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¿QUE ES UN POEMA?
POESIA DOMINICANA
Víctor Bidó

Víctor Bidó: Poemas

Víctor Bidó

(Santo Domingo, 23 de Mayo de 1959)

Libros Publicados:

  1. Cuaderno de Condenado ( Biblioteca Nacional, Colección Orfeo,1986),
  2. Poemas de la Tortuga (1994),
  3. Suma Presencia (2000)

ADIOS A NARCISO

 

a Rafael Hilario Medina

 

No es menos el canto acuoso y límpido,

reflejidad permanente, etérea figura,

y un cielo de luz desde ángulos infinitos

me observa.

No soy mi soledad total, en su hermosura,

mi otro ofrece su tersura de la imagen,

más grácil y juvenil que yo en la oscura

palpitacion existente.

No te miro, te invoco y me absorbo,

me bebo en la quietud de esos ojos horizontales,

escrutadores en la profundidad, augustos en esa

agua que corre y sin embargo ahí, ante mí, enamorados.

Eres prisión encantada. No soy la apertura, soy tu abismo,

tu misterio en la carne pero eres frágil y escurridizo

y quisieras correr en la luz derramada, los mirtos

y la garganta del bosque tras las ninfas y el fuego.

Poderoso y núbil, no comprendes la ciudad y la muchedumbre,

divertida e impropia, hará de tus encantos rígidos pedazos de edificio.

La nostalgia te roerá como la lepra. Y pensar que seducido

por el cantar luminoso de tu imagen he anhelado ir tras de ti.

Pero, nos separa un hueco inmenso. Naciste de mí.

Eres mi instante perpetuo. Yo, envoltura agreste, vivo

desde la rueda. No eres sombra sino presencia contínua

desde los jardines marinos.

Tus labios en pleamar son melodias lejanas, seductoras.

Desde lo remoto del olvido sé que tuyo fui hasta la muerte,

de tu parsimonia de mármol conservé la ausencia

de tus facciones reflejadas.

En aquel entonces bebí del torrente imposible y no me esperabas.

Ahora tú deseas ser desde aquí. No, desde ayer en la sinfonía del mar.

Tu canto luminoso no podrá arrebatarme, ni soy quien

para llamarte desde la muerte.

 

 

 

EPILOGO DEL RUGIENTE

 

¿Hay modo alguno de ventilar

esos graves designios?

La escritura puede ir más cerca,

un poco más a seguir días,

mirando la torcida calle

por donde las gentes guardan

sus envidias y discordias;

verlos sonreír fofamente,

anhelando ocultar su propia oscuridad.

¿Qué será del viejo rugiente?

Ese viejo ser de mínimas hierbas,

atolondrado,

hilachándose por alcanzar

dos calles al sol;

confiando que en sí se abrirá el abanico,

se morderá el impúdico labio

de una extraña.

No opina sino descarga,

grita anidándose en su imaginación.

Dejando pasar lo que nunca

se atrevería a repetir.

Camina por la calle agujereada de luz

apretando el paso cuando el miedo

corta su paz.

Sigue así como un carbunclo,

como un animal precioso que nadie toca,

que muchos han herido,

batallador de una sola guerra,

el mismo en las múltiples edades,

en la misma cárcel del sueño

su espada,

el verbo que se olvida,

fugaz como un blasón

que está enterrado

bebiéndose el agua.

 

Va el rugiente cancelando

su voz por sostener un castillo de cielo,

un perfecto ademán,

un amigo

como una cabellera amarilla en la cartera.

Ruges y no te oyes,

saltas y eres inmóvil.

Milagros esfumándose

en el designio verdeante ventana.

Gracias y desengaño

viene

y un carajo

es un justo prendedor

en la noche que nadie

le importa mitigar.

 

 

 

 

Elegía de la madre que se va

 

 

El hueco llama desde el fondo

y mamá se va de viaje

y mamá llora desolada.

El silencio aguarda las lágrimas

y he de contemplar las atribuciones.

Quedo sacrificado al deseo,

atónito ante la impotencia

o el cuerpo herido de mi cuerpo.

Los puños se crispan y de ellos

una llamarada, una cuerda oscila

entre el pasado y mi derrotado presente.

La cuerda me llama a la consumación,

en su anillo un torrente de madres

crujen como un cristal.

Yo tan inane vuelco la desgracia

con un golpe en el aire,

como una imprecación baladí.

El hueco llama desde el fondo

y mamá se va de viaje

y mamá llora desolada.

¿Cómo abrirme las venas pobladas de sollozos?

¿Cómo no herir el ojo indiferente?

Hay tanto dolor en una madre desolada,

tanta la violencia que morir es una ofrenda.

¿Cómo batir el impulso cuando se desgarra el alma?

Estas piedras son testigos,

piedras encendidas que se pudren

de tanta angustia.

Ya sabrá mi cuerpo el dolor

de una madre que llora desolada.

Lo peor, ver partir a mi madre

cuando el hueco llama desde el fondo.

 

[Poemas de la tortuga]

 

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